Archivo mensual: noviembre 2009

Cuatrocuentos #6

Esto es Cuatrocuentos #6, revista de cuento hispanoamericano. Con un poco de retraso, sí, pero aquí estamos.  Esta vez  presentamos textos inéditos de Eduardo Berti (Argentina), Mayra Santos Febres (Puerto Rico), Gloria Peirano (Argentina) y Ednodio Quintero (Venezuela).

En la barra lateral incorporamos una nueva sección: libros recién publicados que hemos leído y que nos han gustado mucho, y que por eso recomendamos.

Ojalá disfruten este número. Adelante.

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Eduardo Berti: «La carta vendida»

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(A partir de un esbozo en los diarios de Somerset Maugham)

         Las dos familias –que, en el fondo, constituían una sola– se habían resignado ya a ese ritmo de vida. De una década a esta parte, los dos hombres partían de abril a septiembre, a una remota cantera del sur. Muy raras veces se les unía un compañero, otro empleado golondrina. Dos mañanas por semana recibían la visita breve y eufórica de Ramírez, que en un camión tembloroso y destartalado se llevaba lo recogido y de paso verificaba el estado general de las cosas; pero casi siempre se hallaban solos, sin más consuelo que la radio, audible en las noches de nubes bajas, o las cartas que traía el mismo Ramírez, medio sucias y abolladas en las puntas. Era como si con las piedras le pagasen al bueno del camionero por unas pocas palabras emborronadas.  Sigue leyendo

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Mayra Santos Febres: «Fe en Disfraz»

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         Es costumbre pagana; como pagano es el fuego y las fuerzas de la naturaleza. Como pagano es el sol y la luna y los calendarios que los contienen y anticipan. Estas son las tierras del Norte. Mañana será el primer día del año en su antiguo calendario, el calendario pagano. Mañana será primero de noviembre.  Pero hoy es la víspera.  

         Me tomo este tiempo para narrarles mi historia. Sigue leyendo

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Gloria Peirano: «Miramar»

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         Mi padre no era un nadador. Era un hombre de las plantas, de los árbo­les, siempre tenía las manos sucias de tierra. El “dedo verde”, le decía mi ma­dre, refiriéndose a la habilidad que tenía para revivir las plantas marchitas. Ella detestaba que casi nunca nos acompañara a la playa. Siempre fuimos una fami­lia sin padre bajo el sol furioso del mediodía. Mi madre se ocupaba de clavar la sombrilla en la arena, y lo hacía mirando furtivamente hacia la escalinata del balnerario, año tras año, luchando contra el viento, y esperando que mi padre se arrepintiera y bajara con nosotros. Después acomodaba las reposeras, se ponía un pañuelo en la cabeza, nos daba órdenes a mi hermano y a mí como un gene­ral en una batalla, pongan los sandwiches a la sombra, sacate las sandalias, trai­gan más acá la canasta. Actuaba como un general traicionado que nunca quedaba satisfecho con el campamento que armábamos en la playa. La orientación de la sombrilla se transformó, con los años, en una cuestión delica­dísima ya que no lograba hallar el punto justo para aprovechar mejor la sombra. Sigue leyendo

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Ednodio Quintero: «Maracaibo en la noche»

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         Yo nací en un lugar agreste de la alta montaña, y presumo que fui engendrado en un hotel de Maracaibo. Nunca supe el nombre del hotel, pero puedo imaginar la disposición y el ambiente que se respiraba en la bendita habitación donde mi padre, don Felipe, un señor del páramo de cincuenta y tres años y mi madre, Rosa Montilla, una bella muchacha de dieciséis se abrazaron una sofocante noche de mediados de junio del 46. ¿Qué hacían Rosa y Felipe, aquella pareja peculiar, tan lejos del caserón familiar? Ya verán: se trata de una historieta muy curiosa que me dispongo a recrear en esta crónica familiar sesenta y pico años después. Sigue leyendo

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